Mi buen amigo Klaus fue fotógrafo
profesional para una compañía europea de
turismo. Un día nos encontramos en un sendero polvoriento en la cordillera de
los Andes. Me llamó la atención verle sin su pesado y voluminoso equipo. Al
preguntarle al respecto de sus máquinas me dijo: “Viajé por el mundo
fotografiando y algunos me envidiaban ese estilo de vida. Pero al estar tan
atento al trabajo de hacer fotografías perfectas dejé de contemplar las
maravillas del mundo. Me he jubilado , he vendido mi equipo y ahora sigo
viajando con los ojos bien abiertos y es un regalo del cielo aprender a
contemplar ,pues del simple mirar me cansé. Mis mejores fotos se han vuelto amarillentas pero las que guardo en el corazón
están vivas ,frescas y van conmigo”. Misteriosa afición de los humanos el
intento de perpetuar la mirada en el papel -sabiendo que es sólo por un rato, pues el
tiempo se encarga, sin prisa y sin pausa, de borrar todo -como el viento borra las pisadas humanas en
la arena. Al recordar mi encuentro con
Klaus, viene a mi, un hondo texto de José Emilio llamado:
Imagen
La foto queda
allí. Detuvo un segundo.
Se convirtió
en pasado en el mismo instante.
El oleaje del
tiempo no cesa nunca.
La vejez nos
distancia a cada minuto
de la imagen
inmóvil donde quien fuimos
observa fiel
al muerto que seremos.
José Emilio Pacheco, La Arena Errante. FCE. México,
2014
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