En un pueblo olvidado y en una familia
olvidada nació un niño con un ojo tuerto y como así de natural se vivió, nunca
le llamó la atención. Pero llegó el día de asistir a la escuela y despertó a la
vivencia amarga de ser objeto de la burla de sus compañeros con el clásico uno, dos, tres, tuerto es. La madre le
pidió un milagro a la Virgen de San Juan de los Lagos para que las gente fuera piadosa con su niño y se compusiera.
Estando en el atrio del santuario a punto de partir de vuelta a su casa, sucedió que una chispa de un fuego artificial
impacto en el ojo sano del niño dejándolo ciego. El niño y la madre
agradecieron a la Virgen el milagro pues en este mundo ser tuerto es
una amargura sin fin sujeto a burlas mientras que ser ciego atrae la ayuda de los
demás, su comprensión y respeto.[1]
[1] Inspirado
por el célebre cuento Parábola del joven tuerto (El Diosero) del antropólogo mexicano Francisco Rojas González, cuentista, Premio Nacional de literatura 1944;
1904-1951.
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