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domingo, 2 de marzo de 2014

Hermosos abedules

Eucaliptos en Australia
Pinos en los Alpes
Maples en Canada
Sequoyas en California
Quinas en Peru
Talas en Argentina
Abedules en Rusia
Blancos abedules
altos abedules
hermosos abedules
Nosotros pasamos
Ellos se quedan 
nos hacen un guiño
de ojo...









































































































































































































































viernes, 23 de noviembre de 2012

Derrota y victoria


 
 

Un rasgo distintivo de nuestra cultura es el anhelo de permanencia o durabilidad indefinida de los llamados bienes. Esos bienes también suelen ser llamados perecederos aunque pareciera que son inmortales. Así, cuando alguien construye su casa, cuando alguien adquiere un vehículo piensa que es para siempre y siempre es siempre. Pero nada de lo que está bajo la luz del sol es para siempre, nada, ni las personas, ni las ideas ni las cosas. En el campo de los errores humanos casi todo puede ser reparado y en el mundo de las competencias como de los combates impera la misma regla que dice así en boca de  mi querido José Saramago: La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitivo.

 

viernes, 22 de abril de 2011

Ver,ver



Bien sea que nos apliquemos a la contemplación de los seres a través del microscopio electrónico o vislumbremos la orilla de nuestra humilde Vía Láctea con la ayuda del Hubble [1] llegamos al borde del abismo, de la realidad inconsistente y cambiante llamada por unos la Nada y por otro la vacuidad preñada de impermanencia.En un lado la visión del Buda, en el otro lado la poesía cultivada por Julio [2] que en carta a su entrañable amigo Eduardo le obsequió estas líneas llenas de confluencia con el Buda de hace 2500 años:

Veo el mundo como un caos y en su centro una rosa
Veo la rosa como el ojo feliz de la hermosura y en su centro el gusano
Veo el gusano como un trocito de la inmensa vida y en su centro la muerte
Veo la muerte como la llama de nada y en su centro la esperanza
Veo la esperanza como un vitral cantando a mediodía  y en su centro el hombre




[1] Super telescopio puesto en órbita fuera de la atmósfera terrestre.
[2] Cartas a los Jonquieres,68

martes, 15 de marzo de 2011

Como peces


En este mundo con escasa o gran erudición los humanos hablamos, opinamos, alabamos y despotricamos sobre ideas, personas y creencias. Los humanos somos dados a establecer nuestros puntos de vista sobre cómo esta y cómo debiera ser nuestra vida social en el mundo. Al mismo tiempo y en la dimensión macro cósmica casi nada sabemos de nuestro origen ni de las medidas y distancias asombrosas de nuestro universo. Allá, arriba, todo nos sobrepasa en su grandeza. Aquí abajo, en la tierra, nos ahogamos en las ansiedades, angustias, enojos y frustraciones de nuestras pobres vidas. Quizá por todo esto es pertinente recordar que un día el buen Einstein detenido ante una pecera se preguntó: ¿Qué conoce un pez acerca del agua en la que nada toda su vida? Así nosotros, ¿qué sabemos de esta vida-pecera en la que transcurrimos por unos momentos…?

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Mostrar

Julio le escribió a su querida amiga María y le mostró con palabras lo siguiente: “Quisiera poder mostrarte, por ejemplo, un atardecer en el Pont du Carroussel. Venía del Louvre con una amiga, y nos paramos a mirar Notre-Dame, lejana, entre una bruma azul.Entonces, en menos de un minuto, ocurrió el milagro, la locura absoluta. Los faroles de gas se encendieron de golpe, y la piedra de los pretiles, yo no sé por qué mezcla de aire y luz, se puso intensamente rosa. Nosotros la mirábamos mudos. Entonces vimos que la proa de la Cité y las torres lejanas habían pasado instantáneamente a un violeta profundo, ya la vez el río estaba verde, un verde lleno de oro. Yo cerré los ojos, desesperado al comprender que eso no podía durar, que esa cosa veneciana iba a degradar instantáneamente a perderse…pero duró, dos o tres minutos, el tiempo de ver subir las primeras estrellas. Nos fuimos de allí sin poder hablar, demasiado felices para decir que lo éramos”. Me asombra ese detenerse en medio de un puente suspendido sobre la nada para contemplar. Me asombra que uno llegue al lugar adecuado en el momento preciso y a eso le llamamos milagro. Los milagros nos dejan mudos. Unos de los milagros que se derraman sobre el mundo es el rosicler vespertino que suaviza a las tristezas, dolores y nostalgias humanas. Hay una cierta y precisa desesperanza al constatar que todo, comenzando por lo más hermoso es breve, fugaz, transitorio.Estamos ante la impermanencia búdica que en su brevedad nos devela el gozo de lo sublime. Lo sublime no necesita de palabras sino de silencio compartido en una silenciosa complicidad para toda la vida.

-Maria Jonquiéres de Buenos Aires