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viernes, 6 de noviembre de 2015

¿Qué pasa con los otros?



Un hijo de un amigo muy querido en el pueblo cayó gravemente enfermo y los médicos y la gente pensó que no sobreviviría. La gente del poblado pequeño quería mucho al niño y se reunió en la capilla del pueblo  -durante algunas tardes-  para rezar por él y para que recuperara la salud y volviera la alegría a su familia. Cuando el niño dio señales de mejoría ,la gente fue con su papá a felicitarlo,pero el papá del niño estaba triste. La gente le preguntó por la causa de su tristeza y el papá dijo: Mi niño querido ha mejorado gracias a que ustedes se reunieron y rezaron y se los agradezco de corazón ,pero ¿qué pasa con los otros niños?.  Cuando se enferman la capilla no tiene gente que se reuna, ni que rece por ellos.  -Historia del desierto que me contó mi amigo David.


viernes, 10 de abril de 2015

Limones

Mi amigo le temía a cada invierno. Alguna vez me comentó que le diagnosticaron depresión estacional. Siendo niño, único hijo e hijo único,  le trajeron de Noruega y nunca volvió a su patria. Una tarde gris ,muy gris afuera y sobre todo dentro de sí mismo entró al supermercado con la remota esperanza que ese mundo de frutas, verduras cereales etc. le revelara algo. De pronto,  observó que el hombre que acomodaba la fruta vació una caja de limones en un exhibidor vacío. Se acercó como el imán atrae a las partículas de hierro perdidas, olvidadas, flotantes. El color de los limones, su universo redondo, su piel verdísima y brillante, su aroma fresco y penetrante se le presentaron como un milagro de la evolución, una perfección de la naturaleza, una presencia callada de Dios. Tomó los que le cupieron en la palma de la mano .Se encaminó a la caja. La señorita le dirigió la pregunta clásica: ¿Señor, encontró usted lo que buscaba?  Cruzaron sus miradas. Mi amigo balbuceó: TODO ¡muchas gracias!


- Inspirado por un  micro relato de mi querido Pepe Gordon.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Creer en las personas



  Contrario a lo que se tiene por más común ,un muchachito volvió a casa  y cuando su padre le preguntó por qué traía los ojos rojos de llorar le dijo por tres veces:¡Ya no creo en el amor, ya no creo en el amor, ya no creo en el amor! El papá, hombre que sabía escuchar, esperó a su hijo y éste le contó de su desconsoladora ruptura con su novia. El papá siguió esuchando.Pasó el tiempo y cuando el mejor amigo de este muchachito se vio en una situación parecida, recibió este comentario: Hace unos meses me desahogue con mi papá y el me hizo sólo una observación valiosa: Mira hijo, es muy fácil decir, Ya no creo en el amor. El asunto verdadero es la dificultad que tenemos para creer en las personas. 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Nueve meses






Hay muchas apreciaciones sobre la necesidad de la presencia física y la interlocución para concluir que sólo así es posible el amor. Las posturas se han sucedido y tenemos muestras valiosas de cómo el amor no esta determinado por las palabras o por la cercanía o la lejanía física. En alguna ocasión un buen amigo me refirió que su madre fue en vida una mujer sencilla, sin estudios escolares formales pero dotada de una gran sabiduría para comprender y explicar las cosas que de veras importan en la vida. Su hijo dio testimonio: Mi madre me enseñó durante nueve meses, que no hace falta ver a alguien para poderlo amar.[1]









[1] Inspirado por un tuitero llamado Un escritor dice.

sábado, 12 de marzo de 2011

Valor monetario y valor afectivo

Un maestro inolvidable, en la escuela secundaria, nos contó de su único y largo viaje al oriente, cuando tuvo dieciséis años acompañando a su padre que fue geólogo y trabajaba para una compañía mundial de entonces. Antes de volver del viaje estuvo juntando guijarritos en la orilla de un río notables por la redondez y perfección. Los metió en una bolsa de tela y le preguntó a su padre cuánto costarían. Su padre vio los guijarritos y le dijo: Mira este pequeño diamante que tiene mi anillo de boda con tu madre. Nunca me lo he quitado y hasta tiene algunos defectos por el trabajo de tantos años, sin embargo, vale más que todos los guijarritos sin imperfecciones. Pero debo admitir que el valor afectivo que le tienes a tus guijarritos puede ser mayor que el de mi pequeño diamante.